Tiempo de sombras en el Vaticano:¿estamos ante el último Papa? Por Ezequiel Gonzalez
El 21 de abril de 2025 quedará para la historia: murió el Papa Francisco, el papa argentino, el papa del fin del mundo, que se animó a sacudir la modorra vaticana con su humildad, su apertura y esa manía argenta de patear el tablero. La noticia, como era de esperar, explotó en todos lados, y con ella volvieron a sonar esas viejas profecías que cada tanto reaparecen como fantasmas en los pasillos.
Las sombras de San Malaquías y las visiones de Baba Vanga están otra vez en boca de todos. Según las “Profecías de los Papas”, atribuidas a un arzobispo irlandés del siglo XVII, el último sucesor de Pedro iba a guiar a la Iglesia en tiempos de grandes tribulaciones antes de su caída. Y muchos dicen que Francisco encaja perfecto: hijo de Pietro, pastor de un rebaño complicado, venido del “fin del mundo”. Y Baba Vanga, la mística ciega de Bulgaria, no se quedó atrás: ella también predijo que la fe sería sacudida hasta sus cimientos y que Roma lloraría la pérdida de un líder muy querido.
¿Son solo cuentos viejos? ¿Pura paranoia? ¿Es Francisco el último Papa? Puede ser. Pero lo que no se puede negar es que hoy en el Vaticano hay un vacío y un miedo palpable. Rumores de todo tipo deben de estar volando entre esos muros centenarios: ¿viene un Papa africano, uno asiático, o algo más raro todavía?
Francisco no fue solo un tipo simpático. Fue un revolucionario silencioso. Rompió moldes con gestos y palabras que no tenían precedentes. Su postura frente a la comunidad LGBTQ+ fue clara: “¿Quién soy yo para juzgar?”, dijo en 2013, y el eco de esas palabras todavía resuena.
También fue el Papa que lavó los pies a presos, mujeres y personas de otras religiones, rompiendo un ritual que hasta entonces era casi exclusivo para sacerdotes católicos. Fue el que impulsó el “Año de la Misericordia”, alentando a todos a redescubrir la bondad y el perdón. Y no tuvo miedo de enfrentarse a poderes económicos y políticos, denunciando abiertamente la “cultura del descarte”, la desigualdad y la destrucción del medio ambiente, así como también de salirse de su guion para hablar de abusos sexuales en el seno mismo de la Iglesia. A lo largo de su papado, abrió las puertas a un trato más humano y respetuoso. En una Iglesia acostumbrada a levantar el dedo acusador, Francisco puso la mano en el hombro.
Pero claro que esto también le regaló enemigos. Y no pocos. Hay sectores que lo vieron como un “blando”, un “peligro” para la “doctrina eterna”. Y ahora que ya no está, esas tensiones que venían latentes pueden explotar.
Mientras la Plaza de San Pedro está llena de velas, rezos y silencios nerviosos, el humo blanco que anuncie al nuevo Papa podría traer más que un nombre: podría marcar un giro de 180 grados. El mundo está mirando, con más preguntas que respuestas. Porque la muerte de Francisco no parece un simple final. Parece la apertura de una puerta a lo desconocido.