¿Estamos preparados para vivir rodeados de fantasmas digitales?
Cada día mueren miles de personas en el mundo. Muchas de ellas dejan algo más que recuerdos: dejan perfiles activos en redes sociales, cuentas que siguen vivas en el plano digital aunque su dueño ya no esté. Ahí están. Inmutables. Recibiendo “me gusta”, comentarios, visitas. Como si la muerte no tuviera alcance en internet.
¿Es consuelo o perturbación? ¿Estamos ante una nueva forma de duelo o simplemente frente a la inercia de los algoritmos?
La muerte, antes sin rastro más que en papeles y memorias, ahora también deja huella en pantallas. Se manifiesta en notificaciones, recuerdos automáticos, fechas que regresan sin haber sido invocadas. A veces, sin querer, nos encontramos con una imagen de quien ya no está. Una recomendación del sistema nos invita a seguirlo, etiquetarlo, comentar una publicación antigua. Como si el tiempo no existiera. Como si la pérdida no importara.
Esos perfiles, a los que podríamos llamar lápidas digitales, ¿son un homenaje o un residuo? ¿Un refugio para los que extrañan o una distorsión del silencio que merecen los ausentes?
Facebook e Instagram, entre otras plataformas, permiten hoy convertir una cuenta en "conmemorativa" o eliminarla definitivamente. Pero para que eso ocurra, el usuario debe haber designado en vida a un “contacto de legado”, alguien que informe su fallecimiento y administre esa cuenta con límites precisos.
Centro de ayuda de Facebook para que administre tu cuenta post morten
Una vez transformado el perfil, ya no aparece en sugerencias ni notificaciones. Se vuelve un espacio quieto, sin movimiento, donde solo queda la frase: “En memoria de”.
Una sala digital en la que los vivos pueden entrar, mirar, recordar.
Para algunos, esto se vuelve parte del proceso de duelo. Ya no lloramos únicamente en la intimidad: también navegamos. Leemos sus últimos comentarios, repasamos sus fotos, observamos sus gestos atrapados en el tiempo. Es una experiencia extraña, íntima y universal: un eco frío que nos devuelve una vida que ya no está, pero que permanece, pixelada y luminosa, en la pantalla.
Cada “me gusta” que llega a una publicación de alguien fallecido se siente como un pétalo digital, una ofrenda silenciosa que otros, a veces desconocidos pero que tambien extrañan, dejan en su memoria. Un ritual nuevo, nacido de la tecnología y del dolor.
La existencia digital no termina con la muerte. Al contrario: obliga a preguntarnos cómo queremos ser recordados y quién va a custodiar lo que dejamos. ¿Quién contará nuestra historia cuando no podamos intervenir en ella?
Tal vez haya en ese gesto de designar a un otro para cuidar nuestra biografia digital cuando ya no estemos, una forma sutil de amor. Y tal vez para quien queda aquí, sea una manera de adaptarse a un mundo sin el ser querido y encontrar una conexión perdurable, incluso en el silencio de la pantalla.