Periodistas bajo fuego: de la Gazeta de Moreno a los “delincuentes del micrófono”
Por Ezequiel Gonzalez
Cada 7 de junio, en Argentina, se celebra el Día del Periodista, una fecha que conmemora la fundación de la Gazeta de Buenos Ayres en 1810. Fue Mariano Moreno quien impulsó este periódico para difundir las ideas revolucionarias de la Primera Junta y comunicar a la ciudadanía los acontecimientos políticos de la época. En su portada lucía la frase en latín de Tácito: “Rara temporum felicitate, ubi sentire quae velis, et quae sentias dicere licet” (“La rara felicidad de los tiempos en los que pensar lo que quieras y decir lo que piensas está permitido”). Una declaración que, más de dos siglos después, sigue siendo aspiracional.
Sin embargo, mientras conmemoramos esta jornada, vale preguntarse cuán vigente está la libertad de prensa en la Argentina de hoy. La memoria de José Luis Cabezas, el fotógrafo brutalmente asesinado en 1997 por retratar el rostro del poder económico y político (Alfredo Yabrán), nos recuerda que informar puede costar la vida. El caso de Pablo Grillo, el fotoperiodista que brutalmente golpeado por la policía de Bullrich por hacer su trabajo, subraya que, en pleno siglo XXI, la libertad de expresión no es un derecho garantizado, sino una lucha constante. La imagen de Grillo que recorrió el mundo y la de Cabezas asesinado nos devuelven al autoritarismo más primitivo: el que busca acallar la verdad a cualquier precio.
Hoy asistimos a un nuevo capítulo de esta tensión entre el poder y la prensa: el presidente Javier Milei llamó “delincuentes del micrófono” a los periodistas y advirtió: “Se les terminó el privilegio”. La frase, lejos de ser una anécdota menor, desnuda una peligrosa concepción de la democracia: la de que el periodismo es enemigo, no un actor fundamental del sistema republicano. ¿A qué privilegio se refiere Milei? ¿A la posibilidad de preguntar, de incomodar, de investigar y de contar lo que el poder preferiría ocultar?
El periodismo nació como antídoto contra el oscurantismo, pero hoy muchas veces se ve reducido a una maquinaria servil o condicionado por el miedo. Las presiones políticas, las fake news y las persecuciones judiciales convierten a la libertad de prensa en una utopía frágil. Basta con ver cómo algunos gobiernos se creen por encima de la ley, instrumentalizando a los medios públicos y privados para legitimar su poder y acallar las voces disidentes.
La frase de Tácito no es un homenaje al pasado, sino una advertencia: la libertad de decir lo que se piensa es una rara felicidad, y depende de ciudadanos y periodistas valientes mantenerla viva. Cada vez que un periodista es silenciado, golpeado o asesinado, se apaga una chispa de esa libertad. Por eso el Día del Periodista no debería ser solo un saludo protocolar, sino una denuncia y un compromiso: denunciar la censura, la impunidad y el autoritarismo que pretenden callar lo que no conviene.
Hoy más que nunca, recordar a José Luis Cabezas y a Pablo Grillo es recordar que el periodismo, aunque imperfecto, es uno de los últimos bastiones frente a la tiranía. Y que cada vez que el poder —sea el de un empresario con guardaespaldas o el de un presidente con micrófono— amenaza con callar a la prensa, retrocedemos en derechos y en dignidad. Que nadie nos robe la rara felicidad de pensar lo que queramos y decir lo que pensamos.