“No estar disponible: la rebelión silenciosa de una generación cansada” Por Ezequiel Gonzalez. 

En los últimos años se viene viendo algo que, si lo pensás bien, parece hasta paradójico: la generación que nació con un celular en la mano está eligiendo volver a los viejos Nokia, BlackBerry, cámaras digitales del 2005 y hasta reproductores de MP3. Para muchos adultos esto puede sonar a ridiculez, pero la movida tiene más sentido de lo que parece. No es simple nostalgia: es una forma de bajarse del tren bala de la hiperconexión.

Lo interesante es que no estamos hablando de un rechazo total a la tecnología. Nadie está tirando el smartphone a la basura. Lo que hacen es marcar un límite: “yo decido cuándo me conecto y cuándo no”. Ahí hay una señal clara de agotamiento con el modelo actual de redes sociales, notificaciones constantes y la sensación de estar siempre “on”. En cierto punto, cambiar un iPhone por un flip phone es casi un gesto político, un acto de resistencia chiquito pero simbólico.

Hay que decirlo: también hay un costado estético. El click de un BlackBerry, la pantalla pixelada de un Nokia o el sonido de un MP3 viejo generan una sensación de lo tangible que el touchscreen nunca pudo igualar. Y en tiempos donde todo se siente líquido, intangible y fugaz, volver a lo analógico se convierte en una especie de refugio emocional. Es como si esos aparatos simples nos recordaran que la vida no siempre tiene que correr al ritmo del algoritmo.

Obvio que el mercado no tardó en oler sangre. Emprendimientos como Kickback (un startup con base en Nueva York que comercializa tecnología retro especialmente pensada para la Generación Z) o lanzamientos como el Light Phone III (una gama de telefonos que se especializan en ser anti-smartphones y buscan reducir la adiccion a la tecnologia) muestran que este “regreso al pasado” también se está empaquetando como producto cool. Y ahí aparece la pregunta incómoda: ¿qué tanto de este fenómeno es realmente una búsqueda genuina de salud mental y qué tanto es otra vuelta de tuerca del consumo?.

Más allá de la crítica, lo cierto es que esta tendencia expone algo que muchos sentimos: la hiperconexión no nos está haciendo más felices. El FOMO (del ingles Fear Of Missing Out o miedo a perderse todo), la ansiedad por notificaciones, la comparación constante en redes, todo eso desgasta. Tal vez la generación Z lo está diciendo de manera más clara: necesitamos recuperar el derecho a no estar disponibles, a elegir la pausa, a disfrutar de la simpleza sin sentir culpa.

En definitiva, no es solo una moda retro. Es un espejo de época. Nos obliga a pensar si la verdadera innovación no es un nuevo celular con más cámaras, sino la posibilidad de que ese aparato esté apagado más seguido. Y ahí sí, quizá lo retro no sea tanto un viaje al pasado, sino una pista hacia el futuro que queremos.

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